TÍTULO DE LA COLUMNA: OCULUM
TÍTULO DEL ARTÍCULO: A MIS SIEMPRE COMPAÑEROS
El ritmo de
vida frenético, y sin saber por qué y a dónde nos conduce, que todos llevamos
nos impide frecuentemente considerar las pequeñas cosas como placeres: hablar
con nuestros hijos, con los amigos, con los vecinos, pasear o, simplemente, sentarnos en un banco de una plaza y ver
pasar a la gente. Sin embargo, todos decimos que no tenemos tiempo. La falta de
tiempo es la enfermedad de nuestros días y no somos capaces de percibir que esa
sensación de falta de tiempo nos produce una inquietud constante que puede
derivar en estrés o, peor aún, en depresión. Os habla alguien que está
convencida de que no tiene tiempo para hacer ejercicio ni, incluso, para andar
un poco cada día.
No obstante, y
a riesgo de contradecirme en mis excusas deportivas, creo que no tenemos tiempo
de aquello que no nos suscita el menor interés. Sé de antemano que esta idea no
puede generalizarse porque en nuestro día a día las horas se hacen segundos y
no dan para más. Pero, al menos, en el cincuenta por ciento de los casos
dejamos de hacer aquello que no nos ofrece, a priori, ninguna satisfacción y la
falta de tiempo no es más que una priorización de nuestras preferencias dejando
atrás las que obtuvieron una menor puntuación en nuestro ranking.
Es decir, que
cuando algo nos interesa movemos cielo y tierra para conseguirlo y lo colocamos
como prioridad absoluta. Esto fue lo que sucedió el pasado día 12 de abril a
las dos de la tarde. En esa fecha celebramos un almuerzo los compañeros que
habíamos estudiado juntos desde 1970 hasta 1976 y no tengo palabras, que ya es
cosa extraña, para describir la ilusión que esto generó en todos desde el
minuto uno, aunque significara para algunos desplazarse desde lugares lejanos. Durante
varios meses antes, estuvimos contactando unos con otros y, mediante la
creación de un grupo privado en Facebook,
mantuvimos conversaciones, intercambios de imágenes de la época,
recuperamos bromas, compartimos alegrías
y penas actuales y pasadas… En fin, innumerables sensaciones que, rescatadas de
la cueva del olvido, volvieron a la palestra con gran intensidad y esta vez
para no desaparecer porque, aunque el almuerzo ya pasó (y resultó
verdaderamente emotivo, afectivo y tierno), seguimos manteniendo vivo el grupo
con anécdotas y fotos del encuentro e, incluso, con historias de nuestras vidas
desde que abandonamos el instituto. Todo sirve para mantener el contacto
recuperado al cabo de tantos años.
Y aquí es
donde cobra sentido lo expuesto arriba. Todos nosotros teníamos muchas cosas
que hacer y nos faltaba tiempo para casi todo. A pesar de eso, cuando nos propusieron la celebración de este evento
“nos faltó tiempo” para decir que sí, que acudiríamos, porque para nosotros era una prioridad encontrarnos,
vernos y sentir que el tiempo no había pasado, que seguíamos siendo compañeros.
Mis palabras de agradecimiento a todos ellos, a MIS SIEMPRE COMPAÑEROS.