lunes, 20 de enero de 2014

El arte del movimiento.Artículo La radio de papel de febrero

 OCULUM
                      EL ARTE DEL MOVIMIENTO

                Moverse implica trasladarse de un lugar a otro o como dice nuestro amado (y olvidado) DRAE: “Hacer que un cuerpo deje el lugar que ocupa y pase a ocupar otro”. Se trata de cambiar de espacio y  ese movimiento, motu proprio, está limitado por múltiples circunstancias que nos rodean y, también,  nos atenazan. Olvidémonos de  desplazamientos pequeños y pensemos en aquellos que suponen trasladarnos de un sitio a otro en nuestro pueblo, espacio común que compartimos. Una vez centrados aquí, debemos analizar por separado si nuestro traslado lo hacemos en vehículo o caminando.
Conducir por Lora es, frecuentemente, harto complicado porque no solo hemos de sortear la cada vez más creciente fauna automovilística y los obstáculos propios de la circulación (entiéndase semáforos, rotondas y demás), sino que hemos de luchar contra los desalmados que aparcan donde no deben (incluso en zonas que impiden peligrosamente la visión a los demás automovilistas), los que creen que en las rotondas tiene la prioridad el más lanzado, los que se paran a saludar al amigo (aunque tengan un aparcamiento cerca) sin tener en cuenta los coches que pacientemente esperan, los incómodos (y aparatosos) badenes ubicados transversalmente en la calzada (justificados  o no), los peatones que se cruzan en los lugares y momentos más inoportunos…  Y menos mal, Deo gratias, que se eliminó el problema de las motos que, hace unos años, nos invadían por doquier y los fines de semana tomaban las calles cual grupo de bandidos al más puro estilo de western films. Y esto sin olvidar el aislamiento del casco histórico por el sentido circular del tráfico, entre otras causas.
Por otra parte, andar por nuestro pueblo también se ha convertido en una aventura de la que podríamos salir malparados pues nos encontramos con espacios reservados para peatones que están ocupados por vehículos, calles con aceras tan estrechas (o inexistentes) que hacen peligrar nuestra integridad, o paso de peatones en los que se necesitan dotes adivinatorias para cruzar porque no se sabe hasta el último momento si el conductor nos ha visto o no (lo mejor es asegurarse de que el vehículo está completamente parado, aun a expensas de parecer precavidos en exceso). Y no digamos si, en nuestro deambular por el centro del pueblo, llevamos una silla de ruedas porque en ese caso resulta completamente imposible desplazarse.
Ante tal panorama, me pregunto si Lora necesita una remodelación oficial del tráfico (siempre esperando que la mano divina nos solucione los problemas) o solo es cuestión de civismo por parte de los ciudadanos.   





El triunfo de la vulgaridad. Artículo La radio de papel de diciembre

OCULUM

                       EL TRIUNFO DE LA VULGARIDAD

                 Conocido es que para educar a  jóvenes hemos  todos de poner nuestro granito de arena; reiteradamente oído aunque, quizás, no aprehendido,  es el proverbio africano que actualizó el profesor y filósofo José Antonio Marina en su libro Aprender a vivir: “Para educar a un niño hace falta la tribu entera”.
                Sumamente difícil es inculcar valores ciudadanos a aquellos que, a su alrededor, ven triunfar lo contrario. Cómo decirles que han de ser honrados si por doquier existen ejemplos de tramposos que se enriquecen; o cómo pretender que sean educados y respetuosos con el prójimo cuando pueden observar en televisión que cuantos más gritos profieren los tertulianos mejor considerados están por las cadenas. Sin embargo, debemos continuar en la lucha e intentar hacerles comprender que el fin no justifica los medios y que siempre hay que conservar las formas.
Es notorio que estamos sufriendo una especie de involución en este sentido pues las nuevas generaciones no mejoran a las anteriores sino que vamos en un orden inverso. Se ha implantado un culto a la vulgaridad que se extiende como una mancha de aceite. Con el término “vulgaridad” me refiero a comportamientos impropios de ciudadanos respetuosos, sin querer caer, por supuesto, en la antítesis culto/inculto. Vivimos en sociedad y hemos de avanzar juntos hacia una mejor convivencia y no retroceder. Se trata de eliminar  lo tosco, lo grosero, lo descarado, lo malsonante, lo innecesariamente dañino, lo maleducado, lo ordinario y chabacano que se ha adueñado de nuestras vidas.
                Centrándonos en nuestro pueblo, me hago las siguientes reflexiones: si, desde hace años, todos tienen acceso a una educación, ¿por qué hay gente maleducada? Si los medios de comunicación llegan a todos, ¿por qué algunos sólo se quedan con los mensajes más estridentes? Si nuestros jóvenes viven en una sociedad pacífica y tranquila, ¿por qué algunos se desmadran salvajemente los fines de semana atacando a diestro y siniestro la propiedad pública y privada? Si hay unas normas que regulan el descanso nocturno, ¿por qué es alterado por coches-discotecas a cualquier hora? Si los dueños de perros saben qué hacer con los excrementos, ¿por qué los dejan en la calle? Si todos sabemos el tono que debemos emplear al hablar, ¿por qué gritamos constantemente? Si somos conscientes de lo que puede molestar un niño en determinados momentos, ¿por qué los padres no evitan esa tortura a los demás?
                Podría seguir con muchos porqués pero la respuesta es porque, queramos o no, ha triunfado la vulgaridad. Admitámoslo.


Acicalándonos. Artículo La radio de papel de enero

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             ACICALÁNDONOS

Cuando llegan estas fechas, que conste que no son mis preferidas, es costumbre adornar nuestras casas con motivos que inciten a vivir de forma especial la Natividad.  Así, sacamos las figuras y montamos un belén y/o un árbol engalanado con mil y un detalles para que sus destellos nos iluminen (deslumbren y distraigan) en las múltiples comidas familiares o de amigos con las que consuetudinariamente solemos agasajarnos. Ya, una vez conseguido el ornato, el espíritu de la Navidad entra en nuestras vidas y… ¡clac!, nos invade. De pronto, nos hacemos mejores personas, más solidarias y, sobre todo, muchísimo más felices. Al grito de ¡Feliz Navidad! nos saludamos por la calle en días previos a la Nochebuena, expresión, por cierto, algo desdibujada si se dice de forma generalizada, quizás por tener su origen  allende los mares, logrando desbancar a nuestro ¡Felices Pascuas!, con más anclaje en la cultura popular.
Las calles de nuestro pueblo no quieren ser menos y se embellecen también  para contribuir al ambiente navideño, amparando al comercio local en el afán consumista propio de estos días. En los últimos años hemos visto cómo esa iluminación callejera ha cambiado y mejorado pues ahora se extiende a más zonas e, incluso, los árboles de nuestras plazas se visten para la ocasión. Todavía quedan restos del pasado y estrellas medio-apagadas lucen junto a formas grandiosas por lo que, al parecer, son calles de primera categoría para  los impuestos aunque no para el boato; pero, no importa, es un detalle nimio si lo miramos con  perspectiva general, debe primar el bien común.
Sin embargo, no todo es armonía en este realce navideño. Cuando escribo estas líneas están instalando en la Plaza Santa Ana ese mamotreto refulgente y humeante,  con veladores multicolores a su alrededor, luciendo cual gigante engullidor del entorno. ¿Ésa es la imagen de Lora en Navidad? Que supone ingresos para las arcas municipales, perfecto; que es legal, perfecto; que Lora es una ciudad fantasma a las nueve de la noche y necesita algo que anime, bien. Pero todo no vale. Este lugar merece albergar otra clase de eventos: ferias del libro, ferias de artesanía, exposiciones de pintura, belenes tradicionales o vivientes… y no una gran caseta con luces parpadeantes que oculta la belleza del lugar, situado en zona céntrica y, por tanto, objeto de visitas  foráneas. No creo que sea una barraca de feria lo que quieran encontrar. Imagino que existirán en el pueblo mil ubicaciones mejores y más adecuadas. Un poco de sensibilidad, por favor. 

Desde Lora y para Lora. Artículo La radio de papel de noviembre

OCULUM
                              DESDE LORA Y PARA LORA

            En días pasados, pudimos asistir a la presentación de unas guías turísticas de Lora, creadas para que aquéllos que nos pudieren visitar no vaguen por nuestras calles sin saber qué enclaves, rurales o urbanos, son los idóneos o qué platos han de degustar y dónde. Lástima que estas guías no vengan acompañadas de un plan de apertura porque no creo que ese hipotético turista quede muy satisfecho al situarse en el lugar señalado y no tener acceso al interior. Sería muy interesante poder contemplar algunas dependencias del Ayuntamiento, del edificio de El Bailío, iglesias varias y convento…, incluso el castillo de Lora, por qué no.
            Volviendo al tema de las guías, sirvan o no de reclamo de visitantes foráneos, es una idea magnífica, pues el hecho de aunar en un documento el patrimonio de nuestro pueblo significa que, de pronto, podemos contabilizar la riqueza de la que somos partícipes y de la que, tal vez (solamente, tal vez), no somos conscientes. En mi trabajo diario con jóvenes puedo observar que, en ocasiones, se quejan de que en Lora no existen lugares de ocio adecuados a sus gustos y, cuando lo comparan con pueblos cercanos, no salimos bien parados. Esta idea, llevada a extremos, está presente en gran parte de los habitantes y, con frecuencia, nos invade la sensación de que no salimos en televisión más que para desgracias, nada más lejos de la realidad, por otra parte. Significativo es que, sólo en la distancia, el loreño es capaz de apreciar lo que dejó.
            Hace años, como experimento pedagógico, mi compañera (y amiga) Pilar Angulo y yo llevamos a cabo una actividad dirigida a alumnos de Bachillerato en el IES Axati. Queríamos conseguir que tomaran conciencia de la belleza de nuestro pueblo, de su singular arquitectura o, simplemente, que recorrieran sus calles con actitud contemplativa y no inquisitiva. Debían fotografiar su rincón favorito (así denominamos el proyecto, “Mi rincón favorito”) y expresar en prosa lírica (más o menos) lo que sentían al estar allí. Lo conseguimos,  resultó todo un éxito, tanto que, al exponer todas las fotografías en nuestra biblioteca, ellos mismos no las reconocían y nos decían: “No parece Lora”. Pues es Lora, porque Lora es así de bella, sólo hay que mirarla con buenos ojos y se nos presenta como un pueblo magnífico y entrañable,  lleno de muchos rincones que nos pueden conmover.
Esperemos que la iniciativa del Ayuntamiento de publicar estas guías sirva a la sociedad loreña para llegar a una catarsis parecida.

Manuela Castillo

Aquí y ahora. Artículo en La radio de papel de octubre

OCULUM


Aquí y ahora

En  la nueva etapa que comienza esta publicación, he aceptado la invitación de su director para colaborar con una columna mensual a la que he decidido llamar “Oculum” porque, a priori, pretendo abordar cuantos temas se me vayan ocurriendo día a día (los que alcance mi ojo) aunque, siguiendo la línea habitual de este periódico, intentaré centrarme en nuestro pueblo o, al menos, aplicar lo universal a lo local.
Mientras escribo, me encuentro sumergida de pleno en la vorágine del comienzo de curso: nuevos retos, adaptación a nuevos alumnos, programaciones, horarios, claustros, reuniones de equipos… Sé de antemano que la labor de los docentes no cuenta con un apoyo unánime por parte de la sociedad y que son muchos (no todos, afortunadamente) los que piensan que trabajamos poco y contamos con muchas vacaciones. Esta opinión tal vez se derive de no saber qué hacer con los niños durante los meses de verano y añorar el tiempo que estos pasaban en la escuela y, por supuesto, también está implícita la idea de la escuela como “guardería” y no un lugar de formación. Así nos va.
No es mi intención trasladar aquí las reivindicaciones de un sector que se está viendo paulatinamente desprovisto de recursos esenciales para llevar a cabo su cometido, para el que fue formado, y se está convirtiendo en un cajón de sastre (desastroso) pues ha de hacer de padre y madre, de psicólogo, de mediador social,… y otras tantas profesiones ajenas. Somos profesionales de la docencia y lo que nos gusta es enseñar pero necesitamos alumnos que sean receptores y quieran aprender. Si se da esta fórmula, el éxito está garantizado pero si se mezclan elementos como que el alumno no venga educado de casa o que su interés no esté centrado en el estudio, entonces, no podemos hacer nada y fracasaremos. Eliminar el tan tratado (y temido) fracaso escolar es tarea de todos, no solo de los profesores.
En nuestro pueblo existen excelentes profesores que luchan contra viento y marea (entiéndase recortes y demás) para seguir cumpliendo como siempre y, para ello, se requiere, cada vez más, un mayor esfuerzo extra por su parte. No solamente en el incremento de horas lectivas sino un aumento considerable de dedicación en su tiempo libre, tardes enteras y fines de semana corrigiendo y preparando clases. Sería injusta si no dijera que muchos padres sí valoran esta función, pero es necesario que todos rememos en la misma dirección, el beneficio será mutuo.