OCULUM
EL TRIUNFO DE LA VULGARIDAD
Conocido es que para educar a jóvenes hemos
todos de poner nuestro granito de arena; reiteradamente oído aunque,
quizás, no aprehendido, es el proverbio
africano que actualizó el profesor y filósofo José Antonio Marina en su libro Aprender a vivir: “Para educar a un niño
hace falta la tribu entera”.
Sumamente
difícil es inculcar valores ciudadanos a aquellos que, a su alrededor, ven
triunfar lo contrario. Cómo decirles que han de ser honrados si por doquier
existen ejemplos de tramposos que se enriquecen; o cómo pretender que sean
educados y respetuosos con el prójimo cuando pueden observar en televisión que
cuantos más gritos profieren los tertulianos mejor considerados están por las
cadenas. Sin embargo, debemos continuar en la lucha e intentar hacerles
comprender que el fin no justifica los medios y que siempre hay que conservar
las formas.
Es notorio que
estamos sufriendo una especie de involución en este sentido pues las nuevas
generaciones no mejoran a las anteriores sino que vamos en un orden inverso. Se
ha implantado un culto a la vulgaridad que se extiende como una mancha de
aceite. Con el término “vulgaridad” me refiero a comportamientos impropios de
ciudadanos respetuosos, sin querer caer, por supuesto, en la antítesis
culto/inculto. Vivimos en sociedad y hemos de avanzar juntos hacia una mejor
convivencia y no retroceder. Se trata de eliminar lo tosco, lo grosero, lo descarado, lo
malsonante, lo innecesariamente dañino, lo maleducado, lo ordinario y chabacano
que se ha adueñado de nuestras vidas.
Centrándonos
en nuestro pueblo, me hago las siguientes reflexiones: si, desde hace años, todos
tienen acceso a una educación, ¿por qué hay gente maleducada? Si los medios de
comunicación llegan a todos, ¿por qué algunos sólo se quedan con los mensajes
más estridentes? Si nuestros jóvenes viven en una sociedad pacífica y
tranquila, ¿por qué algunos se desmadran salvajemente los fines de semana
atacando a diestro y siniestro la propiedad pública y privada? Si hay unas
normas que regulan el descanso nocturno, ¿por qué es alterado por
coches-discotecas a cualquier hora? Si los dueños de perros saben qué hacer con
los excrementos, ¿por qué los dejan en la calle? Si todos sabemos el tono que
debemos emplear al hablar, ¿por qué gritamos constantemente? Si somos conscientes
de lo que puede molestar un niño en determinados momentos, ¿por qué los padres
no evitan esa tortura a los demás?
Podría
seguir con muchos porqués pero la respuesta es porque, queramos o no, ha
triunfado la vulgaridad. Admitámoslo.
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