lunes, 20 de enero de 2014

El triunfo de la vulgaridad. Artículo La radio de papel de diciembre

OCULUM

                       EL TRIUNFO DE LA VULGARIDAD

                 Conocido es que para educar a  jóvenes hemos  todos de poner nuestro granito de arena; reiteradamente oído aunque, quizás, no aprehendido,  es el proverbio africano que actualizó el profesor y filósofo José Antonio Marina en su libro Aprender a vivir: “Para educar a un niño hace falta la tribu entera”.
                Sumamente difícil es inculcar valores ciudadanos a aquellos que, a su alrededor, ven triunfar lo contrario. Cómo decirles que han de ser honrados si por doquier existen ejemplos de tramposos que se enriquecen; o cómo pretender que sean educados y respetuosos con el prójimo cuando pueden observar en televisión que cuantos más gritos profieren los tertulianos mejor considerados están por las cadenas. Sin embargo, debemos continuar en la lucha e intentar hacerles comprender que el fin no justifica los medios y que siempre hay que conservar las formas.
Es notorio que estamos sufriendo una especie de involución en este sentido pues las nuevas generaciones no mejoran a las anteriores sino que vamos en un orden inverso. Se ha implantado un culto a la vulgaridad que se extiende como una mancha de aceite. Con el término “vulgaridad” me refiero a comportamientos impropios de ciudadanos respetuosos, sin querer caer, por supuesto, en la antítesis culto/inculto. Vivimos en sociedad y hemos de avanzar juntos hacia una mejor convivencia y no retroceder. Se trata de eliminar  lo tosco, lo grosero, lo descarado, lo malsonante, lo innecesariamente dañino, lo maleducado, lo ordinario y chabacano que se ha adueñado de nuestras vidas.
                Centrándonos en nuestro pueblo, me hago las siguientes reflexiones: si, desde hace años, todos tienen acceso a una educación, ¿por qué hay gente maleducada? Si los medios de comunicación llegan a todos, ¿por qué algunos sólo se quedan con los mensajes más estridentes? Si nuestros jóvenes viven en una sociedad pacífica y tranquila, ¿por qué algunos se desmadran salvajemente los fines de semana atacando a diestro y siniestro la propiedad pública y privada? Si hay unas normas que regulan el descanso nocturno, ¿por qué es alterado por coches-discotecas a cualquier hora? Si los dueños de perros saben qué hacer con los excrementos, ¿por qué los dejan en la calle? Si todos sabemos el tono que debemos emplear al hablar, ¿por qué gritamos constantemente? Si somos conscientes de lo que puede molestar un niño en determinados momentos, ¿por qué los padres no evitan esa tortura a los demás?
                Podría seguir con muchos porqués pero la respuesta es porque, queramos o no, ha triunfado la vulgaridad. Admitámoslo.


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