martes, 3 de junio de 2014

A mis siempre compañeros. Artículo La radio de papel de junio

TÍTULO DE LA COLUMNA: OCULUM
TÍTULO DEL ARTÍCULO: A  MIS SIEMPRE COMPAÑEROS

El ritmo de vida frenético, y sin saber por qué y a dónde nos conduce, que todos llevamos nos impide frecuentemente considerar las pequeñas cosas como placeres: hablar con nuestros hijos, con los amigos, con los vecinos, pasear o, simplemente,  sentarnos en un banco de una plaza y ver pasar a la gente. Sin embargo, todos decimos que no tenemos tiempo. La falta de tiempo es la enfermedad de nuestros días y no somos capaces de percibir que esa sensación de falta de tiempo nos produce una inquietud constante que puede derivar en estrés o, peor aún, en depresión. Os habla alguien que está convencida de que no tiene tiempo para hacer ejercicio ni, incluso, para andar un poco cada día.
No obstante, y a riesgo de contradecirme en mis excusas deportivas, creo que no tenemos tiempo de aquello que no nos suscita el menor interés. Sé de antemano que esta idea no puede generalizarse porque en nuestro día a día las horas se hacen segundos y no dan para más. Pero, al menos, en el cincuenta por ciento de los casos dejamos de hacer aquello que no nos ofrece, a priori, ninguna satisfacción y la falta de tiempo no es más que una priorización de nuestras preferencias dejando atrás las que obtuvieron una menor puntuación en nuestro ranking.
Es decir, que cuando algo nos interesa movemos cielo y tierra para conseguirlo y lo colocamos como prioridad absoluta. Esto fue lo que sucedió el pasado día 12 de abril a las dos de la tarde. En esa fecha celebramos un almuerzo los compañeros que habíamos estudiado juntos desde 1970 hasta 1976 y no tengo palabras, que ya es cosa extraña, para describir la ilusión que esto generó en todos desde el minuto uno, aunque significara para algunos desplazarse desde lugares lejanos. Durante varios meses antes, estuvimos contactando unos con otros y, mediante la creación de un grupo privado en Facebook, mantuvimos conversaciones, intercambios de imágenes de la época, recuperamos  bromas, compartimos alegrías y penas actuales y pasadas… En fin, innumerables sensaciones que, rescatadas de la cueva del olvido, volvieron a la palestra con gran intensidad y esta vez para no desaparecer porque, aunque el almuerzo ya pasó (y resultó verdaderamente emotivo, afectivo y tierno), seguimos manteniendo vivo el grupo con anécdotas y fotos del encuentro e, incluso, con historias de nuestras vidas desde que abandonamos el instituto. Todo sirve para mantener el contacto recuperado al cabo de tantos años.
Y aquí es donde cobra sentido lo expuesto arriba. Todos nosotros teníamos muchas cosas que hacer y nos faltaba tiempo para casi todo. A pesar de eso, cuando nos  propusieron la celebración de este evento “nos faltó tiempo” para decir que sí, que acudiríamos,  porque para nosotros era una prioridad encontrarnos, vernos y sentir que el tiempo no había pasado, que seguíamos siendo compañeros. Mis palabras de agradecimiento a todos ellos, a MIS SIEMPRE COMPAÑEROS.


sábado, 10 de mayo de 2014

A qué tengo derecho. Artículo en La radio de papel de mayo

A QUÉ TENGO DERECHO

Cuántas veces hemos oído o dicho, de broma o no, la frase “¿A qué tengo derecho?” indicando que vamos a aprovechar todo aquello que la ley o las normas nos permitan. Eso está bien porque, por suerte, vivimos en una sociedad con sus pautas bien establecidas y, en principio, con salvaguarda de nuestras libertades y derechos. Sin embargo, olvidamos cumplir de forma tan inflexible los deberes. Creo que fue John Kennedy quien en uno de sus discursos al pueblo estadounidense dijo aquello de “… no te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país”. Y tenía razón. Ya está bien de querer  pertenecer a la colectividad solo para acaparar los beneficios que ésta nos proporciona; la mentalidad debería ser otra, qué puedo yo ofrecer para mejorar la sociedad o, por lo menos, no deteriorarla.
                Hace unas semanas, volviendo del instituto, vi cómo unos chicos se paraban a mirar la fuente de la plaza Santa Ana. Desde la acera, les pregunté qué miraban y me contestaron que había peces. Me pareció buena idea que hubiesen mejorado la imagen de la plaza con el atractivo de peces de colores (creía yo). Una hora más tarde, tuve que volver al instituto y decidí acercarme a la fuente para ver los peces. Poco podía yo sospechar lo que iba a ver porque cuál no sería mi sorpresa y mi indignación cuando vi que los peces de colores eran carpas de gran tamaño, unas diez o más, y que los animales luchaban por nadar en el agua sucia y escasa, con muchas  bolsas de plástico alrededor. El espectáculo era deplorable, se estaban muriendo, intentando sobrevivir, agonizando, con las bocas muy abiertas… No había nadie en toda la plaza y no pude desahogar el sentimiento de impotencia que me invadía. Solo se me ocurrió llamar por teléfono a la Policía Municipal explicando el hecho. Me dijeron que lo intentarían solucionar y lo hicieron porque a la vuelta, dos horas después, ya no estaban.
                Varias preguntas se me ocurren: ¿Qué desalmado (por no utilizar otro adjetivo) echó esas carpas allí, sabiendo que morirían? ¿Por qué los que las vieron antes que yo no hicieron nada? ¿Por qué no defendemos el espacio público con la misma garra con que defendemos el privado?

                Ahora, tal vez, la pregunta con la que titulo el artículo cobre más fuerza: ¿A qué tengo derecho? Tienes derecho a que la sociedad vele por ti y los tuyos, a tu seguridad, a que tus libertades no sean coartadas,… Pero también tienes deberes, debes cuidar tu entorno y tienes la obligación de no destruir lo que, con esfuerzo y dinero de todos, hemos construido. 

domingo, 20 de abril de 2014

Otra conmemoración. Artículo en La radio de papel de abril

           OCULUM

              OTRA CONMEMORACIÓN


Otro año más se conmemora a bombo y platillo el Día de la Mujer (ya he perdido la cuenta de si el título incluye “trabajadora” o no). Es lo mismo, el hecho es que, año tras año, hemos de recordar a la sociedad que la mujer existe y tiene los mismos derechos que el hombre, ¿no es penoso?
Hace unos días me preguntaban qué creía yo que era ser mujer y contesté que, sin pretender iniciar una guerra de géneros,  ser mujer significa tener una perspectiva especial del mundo que nos rodea, ni mejor ni peor que la del hombre, pero diferente al fin y al cabo. Ser mujer es tener una capacidad de entregarse en cuerpo y alma a aquello que nos apasione en ese momento y ser mujer significa poseer grandes dotes de sacrificio. Al mismo tiempo, considero que la mujer es mucho más resolutiva que el hombre y más práctica. Si el mundo estuviera dirigido por féminas se perdería menos el tiempo en discutir absurdos y se iría al grano, pero no es eso lo que nos ocupa, y no voy a alargarme más, sino el hecho de tener que dedicar un día expresamente a la mujer.
Es obvio que físicamente somos más débiles, en líneas generales, y esto puede dar lugar a equívocos y llevarnos a pensar que esa debilidad es general. Nada más alejado de la realidad, nuestra fortaleza radica en una mayor claridad de mente que nos hace crecer ante  las adversidades y adaptarnos a cualquier circunstancia. Sin embargo, la pasión que nos caracteriza juega, a veces, en contra y nos hace abandonar el camino que nos marca nuestro instinto para seguir otras sendas impuestas por el amor, la responsabilidad o las normas sociales. Si la mujer pudiera desligarse de estas ataduras volaría tan alto como sus alas le permitieran y conquistaría el mundo, teniendo como única guía su afán de superación.

Pero todavía no ha llegado ese día, aún tenemos casos frecuentes (¡demasiado frecuentes!) de mujeres acosadas en su trabajo, discriminadas en el salario o, simplemente, acalladas en su entorno por un hombre que, mentalmente es inferior y que ese complejo lo traduce en dominio. El hombre que es inteligente no necesita dominar a la mujer, sino que su relación se sustenta en la igualdad; solo los débiles, los inseguros y los pobres de espíritu tienen que sentirse superiores pero… esa superioridad es ficticia, basada en el miedo o la dependencia económica (¡qué triste!) de la mujer. Por eso, la solución pasa por inflar de aire el mundo femenino para que todas puedan desplegar sus alas y… ¡a volar!

Sin complejos. Artículo en La radio de papel de marzo

                        OCULUM

                                     SIN COMPLEJOS

Que a estas alturas de la historia tengamos que oír hablar de la independencia de Andalucía es mal asunto porque la polémica no está en la sociedad andaluza, ha sido inventada por políticos profesionales que han de mover las aguas para seguir capitaneando (y manipulando) el barco,  barco que navegaría mejor si algunos de estos capitanes se jubilaran y dejaran el timón en otras manos, quizás más inexpertas, pero, por supuesto, mucho más limpias y sin  prejuicios añadidos.
            No pretendo hacer aquí un recuento de los logros y fracasos políticos de nuestra tierra a lo largo del tiempo pero, dada la cercanía en fecha del Día de Andalucía, me permito traer a la palestra el tema de la modalidad lingüística andaluza que, por otra parte, es de lo que únicamente puedo hablar con algún conocimiento de causa, solo alguno. Grosso modo apuntaré que el andaluz es dialecto y no lengua porque sería necesario que poseyera un sistema léxico, morfológico y sintáctico distinto al castellano y no es el caso; el andaluz se distingue del castellano solamente en el plano fonético, de pronunciación, y, por tanto, entra en la categoría de dialecto. Estudios recientes  determinaron que sería más adecuado denominar al conjunto de variedades del andaluz como “hablas andaluzas” haciéndose notar las diversidad interna que constituye nuestro mapa lingüístico pues, aunque ambos sean  andaluces, no pronuncia igual un jiennense que un onubense, por ejemplo.  Así, no tiene sentido extender la idea de “escribir en andaluz” pues solo se basan en el aspecto fonético olvidando los demás. Existen plataformas en pro de una escritura andaluza, iniciativa que carece de todo rigor científico, aunque con muchos seguidores entre los que se cuenta algún que otro lingüista reconocido.
            Hablar andaluz no es pronunciar mal, no nos comemos ninguna letra, como popularmente se cree (y nos han hecho creer). Nuestra forma de pronunciar se  remonta al siglo XVI y posteriores, cuando se dio una remodelación de las sibilantes en castellano, una evolución que el castellano no llegó a realizar o, al menos, paralizó en parte.   La z  y -s- intervocálica se ensordecieron y quedaron reducidas en la pronunciación sevillana a una sibilante única, de articulación diferente  a la de s y z castellanas. Esto constituye la base del seseo y ceceo que se propagaron por Andalucía; el seseo, menos vulgar, se extendió más por Canarias y América. Así, el habla andaluza tiene reglas fonéticas claras: ceceo /meza*/, seseo /sine*/, yeísmo /Seviya*/, aspiración de -s final de sílaba o de palabra /loh pahtoh*/, aspiración y desaparición de -d- intervocálicas /estudiao*/, relajación de j /fiho*/, aspiración de consonantes finales /andalú*/… son rasgos de andaluz culto;  otros fenómenos como  la confusión de r/ l  en palabras como /arcarde*/ pertenecen a un registro coloquial o familiar. Otras características como la pronunciación fricativa de ch /mushasho*/, llegando a sonar como la ch francesa o la sh inglesa (de uso general en algunas zonas gaditanas, por ejemplo) o la aspiración de la h procedente de f inicial latina /jarto*/ son propias del andaluz vulgar y, por tanto, deben evitarse.
Tradicionalmente, los personajes andaluces han servido en el cine y el teatro para representar papeles de criados, pícaros y vagos, pero, sobre todo, graciosos y dicharacheros porque siempre parecen haber ido unidos el origen andaluz con un desparpajo sin igual (no sé cómo nací  yo aquí). Por supuesto, esta imagen del andaluz allende Despeñaperros ha venido determinada por la falta de recursos económicos que tradicionalmente nos ha caracterizado y la necesidad de emigrar a otras zonas de España. Si hubiésemos sido económicamente fuertes, otro gallo nos hubiera cantado.
Igualmente, nuestra forma de hablar ha caminado en paralelo a esta idea por lo que fuera de nuestra tierra se ha creído siempre que hablamos mal (pero, ¡qué graciosos somos!) y, lo que es peor, aquí , en Andalucía, es común pensar que los demás hablan mejor que nosotros (hablan fino). Este complejo sociocultural, muy extendido incluso entre personas cultas, hace mucho daño y, como docente, encuentro gran resistencia por parte del alumnado a aceptar que el ceceo o el yeísmo son formas cultas pero no aquellas pronunciaciones que exceden la norma, nuestra norma, como, ámonos*, agüelo*, abujero*…  y tantas otras que conforman la tribu de los vulgarismos. Muy extendido entre los jóvenes es el “heheo” (aspiración del sonido s inicial e intervocálico) cuando se dice, por ejemplo, plahita*. El problema es que, cuando les corrijo, me dicen: “Es que yo hablo andaluz”. No, eso no es andaluz, eso es hablar de forma vulgar, con vulgarismos. Pero también otras zonas de España cometen vulgarismos, no vayamos a creer que es patrimonio nuestro (el laísmo y la pronunciación de –d final como z /Madriz*/, por ejemplo).
Es verdad que la lengua es un ente vivo y los hablantes son quienes llevan a cabo estos cambios evolutivos. Los lingüistas deben atenerse  a constatar dicha evolución a lo largo del tiempo pero también han de recordar sincrónicamente las normas que rigen en ese momento lingüístico. Si alzamos a categoría de palabras al uso lo que solo son vulgarismos, mal nos va. Y el problema se agudiza cuando no hacemos nada por cambiar esta situación; las nuevas generaciones, a pesar de estar mejor preparadas y tener acceso al texto escrito, siguen cometiendo los mismos vulgarismos que antaño escudándose en que “hablan andaluz”. Es como si esa circunstancia les permitiese hablar sin reglas.
Hace muchos años, siendo estudiante de Filología Hispánica, publiqué (junto a Mª Cesárea Hernández y Mª Carmen Sevilla) un libro que se llama El habla actual de Lora del Río y en este estudio, basado en entrevistas con hablantes loreños, llegamos a varias conclusiones como que en Lora se había producido una mezcla de hablantes procedentes de otras zonas atraídos por el sistema de regadíos, constituyéndose como zona de paso; que la mujer loreña es mucho más innovadora, lingüísticamente, que el hombre; que  la capital (Sevilla) ejercía una gran influencia en el prestigio sociolingüístico del hablante ( el seseo mejor considerado que el ceceo)… Y muchos más aspectos para cuyo tratamiento no dispongo de espacio. Más tarde, he llevado a cabo estudios sobre expresiones propias de nuestro pueblo, aclarando siempre que pueden ser extensibles a otras zonas, y surgieron palabras como “garza”, “chavalines”… y expresiones tales como “tienes más hambre que los perros de Patilla”, “está más visto que el Levi en la Roda”, que fueron explicadas en su momento y que pueden leerse en mi blog “Aprender de aprender”. También publiqué artículos sobre el habla de los jóvenes loreños y  del léxico agrario en la Revista de Feria.
Por ahí es por donde debe analizarse (y estudiosos vendrán que lo mejorarán, sin duda) el habla de Lora: palabras y dichos con un sentido especial en nuestro pueblo y que solo las entienden así los oriundos, muchos de los cuales ignoran el origen de tal expresión pero participan de su significado por el uso lingüístico popular. Pero, de ahí a creer que palabras mal pronunciadas, los llamados vulgarismos, son propias de nuestro pueblo, va un abismo. Si lo hacemos así, estamos asentando y aceptando palabras mal pronunciadas como autóctonas loreñas cuando debiéramos luchar para desterrarlas y elevar el nivel lingüístico. Decir gabina* (por cabina) no es una forma de hablar en Lora, sino sencilla y llanamente un vulgarismo.
Repito, el andaluz tiene reglas y son reglas fonéticas claras y no puede servir como  licencia para extender vulgarismos. Esforcémonos en mejorar, no en retroceder. Me remito al artículo que escribí aquí llamado “El triunfo de la vulgaridad”. 


viernes, 7 de marzo de 2014

El arte del movimiento. Artículo en La radio de papel de febrero

                           OCULUM

                                            Moverse implica trasladarse de un lugar a otro o como dice nuestro amado (y olvidado) DRAE: “Hacer que un cuerpo deje el lugar que ocupa y pase a ocupar otro”. Se trata de cambiar de espacio y  ese movimiento, motu proprio, está limitado por múltiples circunstancias que nos rodean y, también,  nos atenazan. Olvidémonos de  desplazamientos pequeños y pensemos en aquellos que suponen trasladarnos de un sitio a otro en nuestro pueblo, espacio común que compartimos. Una vez centrados aquí, debemos analizar por separado si nuestro traslado lo hacemos en vehículo o caminando.
Conducir por Lora es, frecuentemente, harto complicado porque no solo hemos de sortear la cada vez más creciente fauna automovilística y los obstáculos propios de la circulación (entiéndase semáforos, rotondas y demás), sino que hemos de luchar contra los desalmados que aparcan donde no deben (incluso en zonas que impiden peligrosamente la visión a los demás automovilistas), los que creen que en las rotondas tiene la prioridad el más lanzado, los que se paran a saludar al amigo (aunque tengan un aparcamiento cerca) sin tener en cuenta los coches que pacientemente esperan, los incómodos (y aparatosos) badenes ubicados transversalmente en la calzada (justificados  o no), los peatones que se cruzan en los lugares y momentos más inoportunos…  Y menos mal, Deo gratias, que se eliminó el problema de las motos que, hace unos años, nos invadían por doquier y los fines de semana tomaban las calles cual grupo de bandidos al más puro estilo de western films. Y esto sin olvidar el aislamiento del casco histórico por el sentido circular del tráfico, entre otras causas.
Por otra parte, andar por nuestro pueblo también se ha convertido en una aventura de la que podríamos salir malparados pues nos encontramos con espacios reservados para peatones que están ocupados por vehículos, calles con aceras tan estrechas (o inexistentes) que hacen peligrar nuestra integridad, o paso de peatones en los que se necesitan dotes adivinatorias para cruzar porque no se sabe hasta el último momento si el conductor nos ha visto o no (lo mejor es asegurarse de que el vehículo está completamente parado, aun a expensas de parecer precavidos en exceso). Y no digamos si, en nuestro deambular por el centro del pueblo, llevamos una silla de ruedas porque en ese caso resulta completamente imposible desplazarse.
Ante tal panorama, me pregunto si Lora necesita una remodelación oficial del tráfico (siempre esperando que la mano divina nos solucione los problemas) o solo es cuestión de civismo por parte de los ciudadanos.