Blog Biblioteca IES Axati
Aprender de aprender
Trataremos, entre todos, de extraer lo provechoso que hubiere de nuestras lecturas individuales. A partir de estas impresiones reflejaremos nuestra forma de ver el mundo.
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sábado, 14 de enero de 2017
domingo, 1 de mayo de 2016
martes, 3 de junio de 2014
A mis siempre compañeros. Artículo La radio de papel de junio
TÍTULO DE LA COLUMNA: OCULUM
TÍTULO DEL ARTÍCULO: A MIS SIEMPRE COMPAÑEROS
El ritmo de
vida frenético, y sin saber por qué y a dónde nos conduce, que todos llevamos
nos impide frecuentemente considerar las pequeñas cosas como placeres: hablar
con nuestros hijos, con los amigos, con los vecinos, pasear o, simplemente, sentarnos en un banco de una plaza y ver
pasar a la gente. Sin embargo, todos decimos que no tenemos tiempo. La falta de
tiempo es la enfermedad de nuestros días y no somos capaces de percibir que esa
sensación de falta de tiempo nos produce una inquietud constante que puede
derivar en estrés o, peor aún, en depresión. Os habla alguien que está
convencida de que no tiene tiempo para hacer ejercicio ni, incluso, para andar
un poco cada día.
No obstante, y
a riesgo de contradecirme en mis excusas deportivas, creo que no tenemos tiempo
de aquello que no nos suscita el menor interés. Sé de antemano que esta idea no
puede generalizarse porque en nuestro día a día las horas se hacen segundos y
no dan para más. Pero, al menos, en el cincuenta por ciento de los casos
dejamos de hacer aquello que no nos ofrece, a priori, ninguna satisfacción y la
falta de tiempo no es más que una priorización de nuestras preferencias dejando
atrás las que obtuvieron una menor puntuación en nuestro ranking.
Es decir, que
cuando algo nos interesa movemos cielo y tierra para conseguirlo y lo colocamos
como prioridad absoluta. Esto fue lo que sucedió el pasado día 12 de abril a
las dos de la tarde. En esa fecha celebramos un almuerzo los compañeros que
habíamos estudiado juntos desde 1970 hasta 1976 y no tengo palabras, que ya es
cosa extraña, para describir la ilusión que esto generó en todos desde el
minuto uno, aunque significara para algunos desplazarse desde lugares lejanos. Durante
varios meses antes, estuvimos contactando unos con otros y, mediante la
creación de un grupo privado en Facebook,
mantuvimos conversaciones, intercambios de imágenes de la época,
recuperamos bromas, compartimos alegrías
y penas actuales y pasadas… En fin, innumerables sensaciones que, rescatadas de
la cueva del olvido, volvieron a la palestra con gran intensidad y esta vez
para no desaparecer porque, aunque el almuerzo ya pasó (y resultó
verdaderamente emotivo, afectivo y tierno), seguimos manteniendo vivo el grupo
con anécdotas y fotos del encuentro e, incluso, con historias de nuestras vidas
desde que abandonamos el instituto. Todo sirve para mantener el contacto
recuperado al cabo de tantos años.
Y aquí es
donde cobra sentido lo expuesto arriba. Todos nosotros teníamos muchas cosas
que hacer y nos faltaba tiempo para casi todo. A pesar de eso, cuando nos propusieron la celebración de este evento
“nos faltó tiempo” para decir que sí, que acudiríamos, porque para nosotros era una prioridad encontrarnos,
vernos y sentir que el tiempo no había pasado, que seguíamos siendo compañeros.
Mis palabras de agradecimiento a todos ellos, a MIS SIEMPRE COMPAÑEROS.
sábado, 10 de mayo de 2014
A qué tengo derecho. Artículo en La radio de papel de mayo
A QUÉ TENGO DERECHO
Cuántas veces
hemos oído o dicho, de broma o no, la frase “¿A qué tengo derecho?” indicando
que vamos a aprovechar todo aquello que la ley o las normas nos permitan. Eso
está bien porque, por suerte, vivimos en una sociedad con sus pautas bien establecidas
y, en principio, con salvaguarda de nuestras libertades y derechos. Sin
embargo, olvidamos cumplir de forma tan inflexible los deberes. Creo que fue John
Kennedy quien en uno de sus discursos al pueblo estadounidense dijo aquello de
“… no te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer
tú por tu país”. Y tenía razón. Ya está bien de querer pertenecer a la colectividad solo para
acaparar los beneficios que ésta nos proporciona; la mentalidad debería ser
otra, qué puedo yo ofrecer para mejorar la sociedad o, por lo menos, no
deteriorarla.
Hace
unas semanas, volviendo del instituto, vi cómo unos chicos se paraban a mirar
la fuente de la plaza Santa Ana. Desde la acera, les pregunté qué miraban y me
contestaron que había peces. Me pareció buena idea que hubiesen mejorado la
imagen de la plaza con el atractivo de peces de colores (creía yo). Una hora
más tarde, tuve que volver al instituto y decidí acercarme a la fuente para ver
los peces. Poco podía yo sospechar lo que iba a ver porque cuál no sería mi
sorpresa y mi indignación cuando vi que los peces de colores eran carpas de
gran tamaño, unas diez o más, y que los animales luchaban por nadar en el agua
sucia y escasa, con muchas bolsas de
plástico alrededor. El espectáculo era deplorable, se estaban muriendo,
intentando sobrevivir, agonizando, con las bocas muy abiertas… No había nadie
en toda la plaza y no pude desahogar el sentimiento de impotencia que me
invadía. Solo se me ocurrió llamar por teléfono a la Policía Municipal explicando
el hecho. Me dijeron que lo intentarían solucionar y lo hicieron porque a la
vuelta, dos horas después, ya no estaban.
Varias
preguntas se me ocurren: ¿Qué desalmado (por no utilizar otro adjetivo) echó
esas carpas allí, sabiendo que morirían? ¿Por qué los que las vieron antes que
yo no hicieron nada? ¿Por qué no defendemos el espacio público con la misma
garra con que defendemos el privado?
Ahora,
tal vez, la pregunta con la que titulo el artículo cobre más fuerza: ¿A qué
tengo derecho? Tienes derecho a que la sociedad vele por ti y los tuyos, a tu
seguridad, a que tus libertades no sean coartadas,… Pero también tienes
deberes, debes cuidar tu entorno y tienes la obligación de no destruir lo que,
con esfuerzo y dinero de todos, hemos construido.
domingo, 20 de abril de 2014
Otra conmemoración. Artículo en La radio de papel de abril
OCULUM
OTRA CONMEMORACIÓN
Otro año más
se conmemora a bombo y platillo el Día de la Mujer (ya he perdido la cuenta de
si el título incluye “trabajadora” o no). Es lo mismo, el hecho es que, año
tras año, hemos de recordar a la sociedad que la mujer existe y tiene los
mismos derechos que el hombre, ¿no es penoso?
Hace unos días
me preguntaban qué creía yo que era ser mujer y contesté que, sin pretender
iniciar una guerra de géneros, ser mujer
significa tener una perspectiva especial del mundo que nos rodea, ni mejor ni
peor que la del hombre, pero diferente al fin y al cabo. Ser mujer es tener una
capacidad de entregarse en cuerpo y alma a aquello que nos apasione en ese
momento y ser mujer significa poseer grandes dotes de sacrificio. Al mismo
tiempo, considero que la mujer es mucho más resolutiva que el hombre y más
práctica. Si el mundo estuviera dirigido por féminas se perdería menos el
tiempo en discutir absurdos y se iría al grano, pero no es eso lo que nos
ocupa, y no voy a alargarme más, sino el hecho de tener que dedicar un día
expresamente a la mujer.
Es obvio que
físicamente somos más débiles, en líneas generales, y esto puede dar lugar a
equívocos y llevarnos a pensar que esa debilidad es general. Nada más alejado
de la realidad, nuestra fortaleza radica en una mayor claridad de mente que nos
hace crecer ante las adversidades y
adaptarnos a cualquier circunstancia. Sin embargo, la pasión que nos
caracteriza juega, a veces, en contra y nos hace abandonar el camino que nos
marca nuestro instinto para seguir otras sendas impuestas por el amor, la
responsabilidad o las normas sociales. Si la mujer pudiera desligarse de estas
ataduras volaría tan alto como sus alas le permitieran y conquistaría el mundo,
teniendo como única guía su afán de superación.
Pero todavía
no ha llegado ese día, aún tenemos casos frecuentes (¡demasiado frecuentes!) de
mujeres acosadas en su trabajo, discriminadas en el salario o, simplemente,
acalladas en su entorno por un hombre que, mentalmente es inferior y que ese
complejo lo traduce en dominio. El hombre que es inteligente no necesita
dominar a la mujer, sino que su relación se sustenta en la igualdad; solo los
débiles, los inseguros y los pobres de espíritu tienen que sentirse superiores
pero… esa superioridad es ficticia, basada en el miedo o la dependencia
económica (¡qué triste!) de la mujer. Por eso, la solución pasa por inflar de
aire el mundo femenino para que todas puedan desplegar sus alas y… ¡a volar!
Sin complejos. Artículo en La radio de papel de marzo
OCULUM
SIN COMPLEJOS
Que
a estas alturas de la historia tengamos que oír hablar de la independencia de
Andalucía es mal asunto porque la polémica no está en la sociedad andaluza, ha
sido inventada por políticos profesionales que han de mover las aguas para
seguir capitaneando (y manipulando) el barco, barco que navegaría mejor si algunos de estos
capitanes se jubilaran y dejaran el timón en otras manos, quizás más
inexpertas, pero, por supuesto, mucho más limpias y sin prejuicios añadidos.
No pretendo hacer aquí un recuento de los logros y
fracasos políticos de nuestra tierra a lo largo del tiempo pero, dada la
cercanía en fecha del Día de Andalucía, me permito traer a la palestra el tema
de la modalidad lingüística andaluza que, por otra parte, es de lo que únicamente
puedo hablar con algún conocimiento de causa, solo alguno. Grosso modo apuntaré que el andaluz es dialecto y no lengua porque sería
necesario que poseyera un sistema léxico, morfológico y sintáctico distinto al
castellano y no es el caso; el andaluz se distingue del castellano solamente en
el plano fonético, de pronunciación, y, por tanto, entra en la categoría de dialecto.
Estudios recientes determinaron que
sería más adecuado denominar al conjunto de variedades del andaluz como “hablas
andaluzas” haciéndose notar las diversidad interna que constituye nuestro mapa
lingüístico pues, aunque ambos sean
andaluces, no pronuncia igual un jiennense que un onubense, por
ejemplo. Así, no tiene sentido extender
la idea de “escribir en andaluz” pues solo se basan en el aspecto fonético
olvidando los demás. Existen plataformas en pro de una escritura andaluza,
iniciativa que carece de todo rigor científico, aunque con muchos seguidores
entre los que se cuenta algún que otro lingüista reconocido.
Hablar andaluz no es pronunciar mal,
no nos comemos ninguna letra, como popularmente se cree (y nos han hecho creer).
Nuestra forma de pronunciar se remonta
al siglo XVI y posteriores, cuando se dio una remodelación de las sibilantes en
castellano, una evolución que el castellano no llegó a realizar o, al menos,
paralizó en parte. La z y -s- intervocálica se ensordecieron y
quedaron reducidas en la pronunciación sevillana a una sibilante única, de
articulación diferente a la de s y z
castellanas. Esto constituye la base del seseo y ceceo que se propagaron por
Andalucía; el seseo, menos vulgar, se extendió más por Canarias y América. Así,
el habla andaluza tiene reglas fonéticas claras: ceceo /meza*/, seseo
/sine*/, yeísmo /Seviya*/, aspiración de -s final de sílaba o de
palabra /loh pahtoh*/, aspiración y
desaparición de -d- intervocálicas /estudiao*/, relajación de j /fiho*/, aspiración
de consonantes finales /andalú*/… son rasgos de andaluz culto; otros fenómenos como la confusión
de r/ l en palabras como /arcarde*/ pertenecen
a un registro coloquial o familiar. Otras características como la pronunciación fricativa de ch
/mushasho*/, llegando a sonar como la ch francesa o la sh inglesa (de uso
general en algunas zonas gaditanas, por ejemplo) o la aspiración de la h procedente de f inicial latina /jarto*/ son
propias del andaluz vulgar y, por tanto, deben evitarse.
Tradicionalmente,
los personajes andaluces han servido en el cine y el teatro para representar
papeles de criados, pícaros y vagos, pero, sobre todo, graciosos y
dicharacheros porque siempre parecen haber ido unidos el origen andaluz con un
desparpajo sin igual (no sé cómo nací yo
aquí). Por supuesto, esta imagen del andaluz allende Despeñaperros ha venido
determinada por la falta de recursos económicos que tradicionalmente nos ha
caracterizado y la necesidad de emigrar a otras zonas de España. Si hubiésemos
sido económicamente fuertes, otro gallo nos hubiera cantado.
Igualmente,
nuestra forma de hablar ha caminado en paralelo a esta idea por lo que fuera de
nuestra tierra se ha creído siempre que hablamos mal (pero, ¡qué graciosos
somos!) y, lo que es peor, aquí , en Andalucía, es común pensar que los demás
hablan mejor que nosotros (hablan fino). Este complejo sociocultural, muy extendido
incluso entre personas cultas, hace mucho daño y, como docente, encuentro gran
resistencia por parte del alumnado a aceptar que el ceceo o el yeísmo son
formas cultas pero no aquellas pronunciaciones que exceden la norma, nuestra
norma, como, ámonos*, agüelo*, abujero*…
y tantas otras que conforman la tribu de los vulgarismos. Muy extendido entre
los jóvenes es el “heheo” (aspiración del sonido s inicial e intervocálico)
cuando se dice, por ejemplo, plahita*.
El problema es que, cuando les corrijo, me dicen: “Es que yo hablo andaluz”.
No, eso no es andaluz, eso es hablar de forma vulgar, con vulgarismos. Pero
también otras zonas de España cometen vulgarismos, no vayamos a creer que es
patrimonio nuestro (el laísmo y la pronunciación de –d final como z /Madriz*/, por
ejemplo).
Es
verdad que la lengua es un ente vivo y los hablantes son quienes llevan a cabo
estos cambios evolutivos. Los lingüistas deben atenerse a constatar dicha evolución a lo largo del
tiempo pero también han de recordar sincrónicamente las normas que rigen en ese
momento lingüístico. Si alzamos a categoría de palabras al uso lo que solo son
vulgarismos, mal nos va. Y el problema se agudiza cuando no hacemos nada por
cambiar esta situación; las nuevas generaciones, a pesar de estar mejor
preparadas y tener acceso al texto escrito, siguen cometiendo los mismos
vulgarismos que antaño escudándose en que “hablan andaluz”. Es como si esa
circunstancia les permitiese hablar sin reglas.
Hace
muchos años, siendo estudiante de Filología Hispánica, publiqué (junto a Mª
Cesárea Hernández y Mª Carmen Sevilla) un libro que se llama El habla actual de Lora del Río y en
este estudio, basado en entrevistas con hablantes loreños, llegamos a varias
conclusiones como que en Lora se había producido una mezcla de hablantes
procedentes de otras zonas atraídos por el sistema de regadíos, constituyéndose
como zona de paso; que la mujer loreña es mucho más innovadora,
lingüísticamente, que el hombre; que la
capital (Sevilla) ejercía una gran influencia en el prestigio sociolingüístico
del hablante ( el seseo mejor considerado que el ceceo)… Y muchos más aspectos
para cuyo tratamiento no dispongo de espacio. Más tarde, he llevado a cabo
estudios sobre expresiones propias de nuestro pueblo, aclarando siempre que
pueden ser extensibles a otras zonas, y surgieron palabras como “garza”,
“chavalines”… y expresiones tales como “tienes más hambre que los perros de
Patilla”, “está más visto que el Levi en la Roda”, que fueron explicadas en su
momento y que pueden leerse en mi blog “Aprender de aprender”. También publiqué
artículos sobre el habla de los jóvenes loreños y del léxico agrario en la Revista de Feria.
Por
ahí es por donde debe analizarse (y estudiosos vendrán que lo mejorarán, sin
duda) el habla de Lora: palabras y dichos con un sentido especial en nuestro
pueblo y que solo las entienden así los oriundos, muchos de los cuales ignoran
el origen de tal expresión pero participan de su significado por el uso
lingüístico popular. Pero, de ahí a creer que palabras mal pronunciadas, los
llamados vulgarismos, son propias de nuestro pueblo, va un abismo. Si lo hacemos
así, estamos asentando y aceptando palabras mal pronunciadas como autóctonas
loreñas cuando debiéramos luchar para desterrarlas y elevar el nivel
lingüístico. Decir gabina* (por cabina) no es una forma de hablar en Lora, sino
sencilla y llanamente un vulgarismo.
Repito,
el andaluz tiene reglas y son reglas fonéticas claras y no puede servir como licencia para extender vulgarismos. Esforcémonos
en mejorar, no en retroceder. Me remito al artículo que escribí aquí llamado
“El triunfo de la vulgaridad”.
viernes, 7 de marzo de 2014
El arte del movimiento. Artículo en La radio de papel de febrero
OCULUM
Moverse implica trasladarse de un
lugar a otro o como dice nuestro amado (y olvidado) DRAE: “Hacer que un cuerpo
deje el lugar que ocupa y pase a ocupar otro”. Se trata de cambiar de espacio
y ese movimiento, motu proprio, está limitado por múltiples circunstancias que nos
rodean y, también, nos atenazan.
Olvidémonos de desplazamientos pequeños
y pensemos en aquellos que suponen trasladarnos de un sitio a otro en nuestro
pueblo, espacio común que compartimos. Una vez centrados aquí, debemos analizar
por separado si nuestro traslado lo hacemos en vehículo o caminando.
Conducir por
Lora es, frecuentemente, harto complicado porque no solo hemos de sortear la
cada vez más creciente fauna automovilística y los obstáculos propios de la
circulación (entiéndase semáforos, rotondas y demás), sino que hemos de luchar
contra los desalmados que aparcan donde no deben (incluso en zonas que impiden peligrosamente
la visión a los demás automovilistas), los que creen que en las rotondas tiene
la prioridad el más lanzado, los que se paran a saludar al amigo (aunque tengan
un aparcamiento cerca) sin tener en cuenta los coches que pacientemente esperan,
los incómodos (y aparatosos) badenes ubicados transversalmente en la calzada
(justificados o no), los peatones que se
cruzan en los lugares y momentos más inoportunos… Y menos mal, Deo gratias, que se eliminó el problema de las motos que, hace unos
años, nos invadían por doquier y los fines de semana tomaban las calles cual grupo
de bandidos al más puro estilo de western
films. Y esto sin olvidar el aislamiento del casco histórico por el sentido
circular del tráfico, entre otras causas.
Por otra
parte, andar por nuestro pueblo también se ha convertido en una aventura de la
que podríamos salir malparados pues nos encontramos con espacios reservados
para peatones que están ocupados por vehículos, calles con aceras tan estrechas
(o inexistentes) que hacen peligrar nuestra integridad, o paso de peatones en
los que se necesitan dotes adivinatorias para cruzar porque no se sabe hasta el
último momento si el conductor nos ha visto o no (lo mejor es asegurarse de que
el vehículo está completamente parado, aun a expensas de parecer precavidos en
exceso). Y no digamos si, en nuestro deambular por el centro del pueblo,
llevamos una silla de ruedas porque en ese caso resulta completamente imposible
desplazarse.
Ante tal
panorama, me pregunto si Lora necesita una remodelación oficial del tráfico
(siempre esperando que la mano divina nos solucione los problemas) o solo es
cuestión de civismo por parte de los ciudadanos.
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