domingo, 20 de abril de 2014

Sin complejos. Artículo en La radio de papel de marzo

                        OCULUM

                                     SIN COMPLEJOS

Que a estas alturas de la historia tengamos que oír hablar de la independencia de Andalucía es mal asunto porque la polémica no está en la sociedad andaluza, ha sido inventada por políticos profesionales que han de mover las aguas para seguir capitaneando (y manipulando) el barco,  barco que navegaría mejor si algunos de estos capitanes se jubilaran y dejaran el timón en otras manos, quizás más inexpertas, pero, por supuesto, mucho más limpias y sin  prejuicios añadidos.
            No pretendo hacer aquí un recuento de los logros y fracasos políticos de nuestra tierra a lo largo del tiempo pero, dada la cercanía en fecha del Día de Andalucía, me permito traer a la palestra el tema de la modalidad lingüística andaluza que, por otra parte, es de lo que únicamente puedo hablar con algún conocimiento de causa, solo alguno. Grosso modo apuntaré que el andaluz es dialecto y no lengua porque sería necesario que poseyera un sistema léxico, morfológico y sintáctico distinto al castellano y no es el caso; el andaluz se distingue del castellano solamente en el plano fonético, de pronunciación, y, por tanto, entra en la categoría de dialecto. Estudios recientes  determinaron que sería más adecuado denominar al conjunto de variedades del andaluz como “hablas andaluzas” haciéndose notar las diversidad interna que constituye nuestro mapa lingüístico pues, aunque ambos sean  andaluces, no pronuncia igual un jiennense que un onubense, por ejemplo.  Así, no tiene sentido extender la idea de “escribir en andaluz” pues solo se basan en el aspecto fonético olvidando los demás. Existen plataformas en pro de una escritura andaluza, iniciativa que carece de todo rigor científico, aunque con muchos seguidores entre los que se cuenta algún que otro lingüista reconocido.
            Hablar andaluz no es pronunciar mal, no nos comemos ninguna letra, como popularmente se cree (y nos han hecho creer). Nuestra forma de pronunciar se  remonta al siglo XVI y posteriores, cuando se dio una remodelación de las sibilantes en castellano, una evolución que el castellano no llegó a realizar o, al menos, paralizó en parte.   La z  y -s- intervocálica se ensordecieron y quedaron reducidas en la pronunciación sevillana a una sibilante única, de articulación diferente  a la de s y z castellanas. Esto constituye la base del seseo y ceceo que se propagaron por Andalucía; el seseo, menos vulgar, se extendió más por Canarias y América. Así, el habla andaluza tiene reglas fonéticas claras: ceceo /meza*/, seseo /sine*/, yeísmo /Seviya*/, aspiración de -s final de sílaba o de palabra /loh pahtoh*/, aspiración y desaparición de -d- intervocálicas /estudiao*/, relajación de j /fiho*/, aspiración de consonantes finales /andalú*/… son rasgos de andaluz culto;  otros fenómenos como  la confusión de r/ l  en palabras como /arcarde*/ pertenecen a un registro coloquial o familiar. Otras características como la pronunciación fricativa de ch /mushasho*/, llegando a sonar como la ch francesa o la sh inglesa (de uso general en algunas zonas gaditanas, por ejemplo) o la aspiración de la h procedente de f inicial latina /jarto*/ son propias del andaluz vulgar y, por tanto, deben evitarse.
Tradicionalmente, los personajes andaluces han servido en el cine y el teatro para representar papeles de criados, pícaros y vagos, pero, sobre todo, graciosos y dicharacheros porque siempre parecen haber ido unidos el origen andaluz con un desparpajo sin igual (no sé cómo nací  yo aquí). Por supuesto, esta imagen del andaluz allende Despeñaperros ha venido determinada por la falta de recursos económicos que tradicionalmente nos ha caracterizado y la necesidad de emigrar a otras zonas de España. Si hubiésemos sido económicamente fuertes, otro gallo nos hubiera cantado.
Igualmente, nuestra forma de hablar ha caminado en paralelo a esta idea por lo que fuera de nuestra tierra se ha creído siempre que hablamos mal (pero, ¡qué graciosos somos!) y, lo que es peor, aquí , en Andalucía, es común pensar que los demás hablan mejor que nosotros (hablan fino). Este complejo sociocultural, muy extendido incluso entre personas cultas, hace mucho daño y, como docente, encuentro gran resistencia por parte del alumnado a aceptar que el ceceo o el yeísmo son formas cultas pero no aquellas pronunciaciones que exceden la norma, nuestra norma, como, ámonos*, agüelo*, abujero*…  y tantas otras que conforman la tribu de los vulgarismos. Muy extendido entre los jóvenes es el “heheo” (aspiración del sonido s inicial e intervocálico) cuando se dice, por ejemplo, plahita*. El problema es que, cuando les corrijo, me dicen: “Es que yo hablo andaluz”. No, eso no es andaluz, eso es hablar de forma vulgar, con vulgarismos. Pero también otras zonas de España cometen vulgarismos, no vayamos a creer que es patrimonio nuestro (el laísmo y la pronunciación de –d final como z /Madriz*/, por ejemplo).
Es verdad que la lengua es un ente vivo y los hablantes son quienes llevan a cabo estos cambios evolutivos. Los lingüistas deben atenerse  a constatar dicha evolución a lo largo del tiempo pero también han de recordar sincrónicamente las normas que rigen en ese momento lingüístico. Si alzamos a categoría de palabras al uso lo que solo son vulgarismos, mal nos va. Y el problema se agudiza cuando no hacemos nada por cambiar esta situación; las nuevas generaciones, a pesar de estar mejor preparadas y tener acceso al texto escrito, siguen cometiendo los mismos vulgarismos que antaño escudándose en que “hablan andaluz”. Es como si esa circunstancia les permitiese hablar sin reglas.
Hace muchos años, siendo estudiante de Filología Hispánica, publiqué (junto a Mª Cesárea Hernández y Mª Carmen Sevilla) un libro que se llama El habla actual de Lora del Río y en este estudio, basado en entrevistas con hablantes loreños, llegamos a varias conclusiones como que en Lora se había producido una mezcla de hablantes procedentes de otras zonas atraídos por el sistema de regadíos, constituyéndose como zona de paso; que la mujer loreña es mucho más innovadora, lingüísticamente, que el hombre; que  la capital (Sevilla) ejercía una gran influencia en el prestigio sociolingüístico del hablante ( el seseo mejor considerado que el ceceo)… Y muchos más aspectos para cuyo tratamiento no dispongo de espacio. Más tarde, he llevado a cabo estudios sobre expresiones propias de nuestro pueblo, aclarando siempre que pueden ser extensibles a otras zonas, y surgieron palabras como “garza”, “chavalines”… y expresiones tales como “tienes más hambre que los perros de Patilla”, “está más visto que el Levi en la Roda”, que fueron explicadas en su momento y que pueden leerse en mi blog “Aprender de aprender”. También publiqué artículos sobre el habla de los jóvenes loreños y  del léxico agrario en la Revista de Feria.
Por ahí es por donde debe analizarse (y estudiosos vendrán que lo mejorarán, sin duda) el habla de Lora: palabras y dichos con un sentido especial en nuestro pueblo y que solo las entienden así los oriundos, muchos de los cuales ignoran el origen de tal expresión pero participan de su significado por el uso lingüístico popular. Pero, de ahí a creer que palabras mal pronunciadas, los llamados vulgarismos, son propias de nuestro pueblo, va un abismo. Si lo hacemos así, estamos asentando y aceptando palabras mal pronunciadas como autóctonas loreñas cuando debiéramos luchar para desterrarlas y elevar el nivel lingüístico. Decir gabina* (por cabina) no es una forma de hablar en Lora, sino sencilla y llanamente un vulgarismo.
Repito, el andaluz tiene reglas y son reglas fonéticas claras y no puede servir como  licencia para extender vulgarismos. Esforcémonos en mejorar, no en retroceder. Me remito al artículo que escribí aquí llamado “El triunfo de la vulgaridad”. 


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