viernes, 7 de marzo de 2014

El arte del movimiento. Artículo en La radio de papel de febrero

                           OCULUM

                                            Moverse implica trasladarse de un lugar a otro o como dice nuestro amado (y olvidado) DRAE: “Hacer que un cuerpo deje el lugar que ocupa y pase a ocupar otro”. Se trata de cambiar de espacio y  ese movimiento, motu proprio, está limitado por múltiples circunstancias que nos rodean y, también,  nos atenazan. Olvidémonos de  desplazamientos pequeños y pensemos en aquellos que suponen trasladarnos de un sitio a otro en nuestro pueblo, espacio común que compartimos. Una vez centrados aquí, debemos analizar por separado si nuestro traslado lo hacemos en vehículo o caminando.
Conducir por Lora es, frecuentemente, harto complicado porque no solo hemos de sortear la cada vez más creciente fauna automovilística y los obstáculos propios de la circulación (entiéndase semáforos, rotondas y demás), sino que hemos de luchar contra los desalmados que aparcan donde no deben (incluso en zonas que impiden peligrosamente la visión a los demás automovilistas), los que creen que en las rotondas tiene la prioridad el más lanzado, los que se paran a saludar al amigo (aunque tengan un aparcamiento cerca) sin tener en cuenta los coches que pacientemente esperan, los incómodos (y aparatosos) badenes ubicados transversalmente en la calzada (justificados  o no), los peatones que se cruzan en los lugares y momentos más inoportunos…  Y menos mal, Deo gratias, que se eliminó el problema de las motos que, hace unos años, nos invadían por doquier y los fines de semana tomaban las calles cual grupo de bandidos al más puro estilo de western films. Y esto sin olvidar el aislamiento del casco histórico por el sentido circular del tráfico, entre otras causas.
Por otra parte, andar por nuestro pueblo también se ha convertido en una aventura de la que podríamos salir malparados pues nos encontramos con espacios reservados para peatones que están ocupados por vehículos, calles con aceras tan estrechas (o inexistentes) que hacen peligrar nuestra integridad, o paso de peatones en los que se necesitan dotes adivinatorias para cruzar porque no se sabe hasta el último momento si el conductor nos ha visto o no (lo mejor es asegurarse de que el vehículo está completamente parado, aun a expensas de parecer precavidos en exceso). Y no digamos si, en nuestro deambular por el centro del pueblo, llevamos una silla de ruedas porque en ese caso resulta completamente imposible desplazarse.
Ante tal panorama, me pregunto si Lora necesita una remodelación oficial del tráfico (siempre esperando que la mano divina nos solucione los problemas) o solo es cuestión de civismo por parte de los ciudadanos.   


  

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